junio 20, 2008

Si se cierra la ventana, se acaba el día

Abraham se despertó desorientado como siempre, aun en calzoncillos y con una camisilla esqueleto empapado y sucio de sudor. Toda la noche abrazó fuertemente su fe para no morir, se sentía bastante enfermo, pero simplemente era una fiebre por la lluvia de hacia unos días que ahora lo recordaba. Se sentó en su vieja silla y prendió un cigarrillo, bebió café y se devolvió a la cama. No despertó más, salvo quinientos años después cuando salía del vientre de su madre.

Cuando andaba de siete años, era un niño inquieto y audaz, se acercó a la ventana de su apartamento, tenía mucho frío e intentó cerrarla, su madre lo vio desde el callejón que daba a la cocina y gritándole corrió hacia él apartándolo del ventanal. Le dio una recomendación; jamás acercarse a la ventana estando abierta, lo hizo dormir. Lo vistió con sus pijamas rojas y de carritos y le dio un beso de buenas noches en la frente no sin antes arroparlo bien.

Abraham se despertó desorientado como siempre, aun en calzoncillos y con una camisilla esqueleto empapado en sudor, durmió como un niño toda la noche acordándose de los besos de su madre. Se vistió de ropa formal y cogió un taxi hasta el cementerio universal. Era domingo, día de visita de muertos, y la tumba de su madre necesitaba flores nuevas.

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Bruno García. Tiene 19 años. Es tan calmado que estresa a cualquiera, y también es mejor escritor de lo que él cree. Escribe para encontrar algún sentido respecto a por qué escribe. Estudia psicología en la Universidad del Norte.

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