octubre 13, 2008

(Sin título)

Matías Sorel

Desde que tengo memoria, mi corazón ha lucido triste y opaco. En la búsqueda de razones que justifiquen tan mezquina suerte, siempre viene a mi mente un sueño: al pie de aquel enorme espejo familiar –hoy no se ve tan grande, sino más bien vetusto y gris- estaba yo, mirando fijamente el reflejo de mi rostro. Al darme media vuelta descubro que hay dos réplicas de mi madre, dos mujeres gemelas de idéntico vestido, peleándose por mí, implorándome que tome su mano y me vaya con ella. Una a mi derecha; otra, a mi izquierda. Yo tengo la certeza que alguna de las dos es el mismísimo demonio, pero desconozco cuál lo es con fidelidad. Pienso un rato, intento decidir, ambas esgrimen argumentos para convencerme, la angustia es inconmensurable. Al final opto por la que está a mi derecha: ella ríe, la otra llora, y así supe que había tomado la decisión equivocada.

lungstruck - Power Out. Flickr

A pesar de ser sólo una horrible pesadilla, la peor de las pesadillas que he tenido, nunca pude perdonarme el hecho de haber discernido mal. Debía, al menos, reconocer con exactitud a mi madre, a esa mujer que tanto me amó, la que me vestía a diario y siempre me castigaba con su silencio cuando cometía una travesura. Había fallado.

También creo que ese sueño ha sido el motivo de mi aversión por dormir: no lo disfruto, me es displacentero. Prefiero descansar en un bus -así sea con la certeza de que voy a hacerlo mal debido a la expectativa que debo tener para no bajarme lejos del lugar preciso-, y no en mi habitación, tal vez para no tener ese mismo sueño y volver a fallar dramáticamente.

Esta necesidad del desvelo, cada vez más sistemático, me llevó accidentalmente a los libros. Como mi madre, ignorante de mis pesares, me enviaba a dormir a eso de las diez de la noche, debía yo gastar mí tiempo el algo que me quitara la somnolencia y me devolviera el sosiego: así fue que empecé a leer, como amuleto contra la mala fortuna. Leía en mi cuarto a diario hasta pasada la medianoche, hasta que un día mi hermano menor comenzó a impacientarse: alegaba que la luz no lo dejaba dormir, que le molestaba, que yonosequé más cosas. Mi madre, visiblemente contrariada, me prohibió leer de noche. Buscando yo alguna alternativa topé con la solución a mi problema: leer de rodillas al pie del ventilador, el cual tenía incorporado un pequeño bombillo que arrojaba una luz mortecina. Así pasé algunos meses, cual fraile oscurantista, hasta que fui atrapado in fraganti. Al contrario de lo que pensé, no resultó ser el acabose: derrotada, mi madre me dijo que, si quería, podía yo leer en la sala hasta la hora que deseara. Fue in triunfo inenarrable, tanto, que días después mi madre me compró una enciclopedia muy mala, sin fotografías, a fin de incentivar mi hábito; lo único que me prohibió fue la Biblia, porque –decía- a ella le constaba que muchos familiares nuestros y amigos de ella se habían vuelto locos por leerla mucho. Así que nunca más volví a tomar ese libro sin la compañía de un adulto, lo que aminoró mi interés por la Sagrada Palabra, luego por la ética y, finalmente, por Dios y los hombres. Porque la gente, al hacerse grande, acepta o renuncia con frecuencia a ideas que gusta de llamar trascendentes: pero en realidad –para su desgracia- son las mismas ideas de siempre, sólo que más abstractas, difusas, lo que hace que duelan o alegren con menor intensidad, según sea el caso.

rafa2010 - proust. Flickr

De niño tuve una amiga que, entre nuestros juegos de muñecas y besos furtivos, me confesó que le gustaba su padre; más tarde, cuando ambos estábamos en bachillerato matutino y teníamos sexo vespertino, me dijo que le gustaba su profesor de matemáticas y que ya se habían acostado varias veces. Ahora, llorando de rabia cada vez que nos vemos, grita con encono que es una puta, que se acuesta con cualquier tipo, que le pagan, que la golpean, que le gusta.

Disfrazado de costumbre, lo cotidiano nos asfixia poco a poco hasta hacernos insensibles.

0 opiniones:

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP