mayo 26, 2008

A eso de las seis

Hoy, por ejemplo, por fin pude estornudar tres veces y no ha sido a causa de la alergia ni la rinitis, sucedió de repente, mi nariz se contrajo y he estornudado. Comúnmente sólo lo hago dos veces, el de hoy fueron tres seguidas, a eso de las seis, cuando iba llegando a casa.

Saco mis llaves, miro la cerradura, veo al gato, le hago señas de amistad, empiezo a abrir y seguidamente tres estornudos me hicieron dejar caer las llaves.

A eso de las seis acá oscurece, igual que en cualquier otro lado creo yo incluso no con el tiempo. A los seis martillazos el clavo entra; y si no me crees haz la prueba, sólo procura darle al clavo y no a tu uña. Que mis uñas mancas sirvan de ejemplo para tu comprobación obsesiva.

A los seis goles ya prácticamente ganaste el partido, a no ser que te empaten y para ello es necesario por lo menos seis goles más, lo que nos daría doce que en el caso sigue siendo lo mismo, seis y seis. Y a las seis yo estornudé. Hago tanto espectáculo del estornudo por que hacia tiempo que no lo hacia, pareciese que el polvo andase de pelea con mi nariz y los sagrados estornudos. Desde que quedé sin nariz a causa de los repetitivos estornudos no había vuelto a estornudar.

Pero ayer fue el día, mi cabeza se movió, se cayeron las llaves, el gato salió corriendo pero pude estornudar. Lastimosamente cuando lo hice el dueño de la casa vio como me mecía y andaba de un lado a otro columpiándome sobre mi estornudo, así que me lanzó una enorme chancleta por encima de mi nariz enferma.

Corrí inmediatamente a un rincón; es casi imposible que una chancla logre golpearme en un rincón. Golpes iban y golpes venían, ninguno con éxito, salvo que la emoción me hacia estornudar más, necesitaba urgentemente un anti gripal. Cuando se cansó de golpearme inútilmente con la chancla fue hasta la cocina a buscar un mata insectos de esos de spray que no dañan la capa de ozono. Inmediatamente traté de buscar refugio pero el gato no me dejaba pasar, y ya la gripa me iba afectando, no podía correr de a mucho con la nariz afectada y el cuerpo dolido. Hice como un soldado o un guerrillero que combate en trochas: esquivaba arañazos del minino, me metía por entre sus patas y le daba la vuelta con su cola, corría de un lado a otro persiguiéndome y volviéndome indefenso con cada ataque. No pude resistir más, y me detuve esperando la estocada final de algún colmillo o de una garra mal aventurada. Ahí el tiempo se detuvo, realmente eran las seis. Ya había oscurecido o ya estaba muerto por que todo oscureció, solo estaba yo y mi ceguera y el gato por imprudente en mi ritual de muerte. Cuando la luz vino aun seguían siendo las seis, pero el gato ya no estaba, en su lugar una bola de humo me perseguía. Venia de una lata de spray, sórdida y egoísta, asesina a sueldo intentaba ponerle fin a mi existencia. ¡Vaya sea mi sorpresa! Resultó mejor que el anti gripal. Las fuerzas vinieron nuevamente a mí, fue algo automático y práctico. Una vez el humo me alcanzó logré escapar y salir del rincón, corría y corría, en busca de mi libertad y fortuna, vi la puerta donde antes se me habían caído las llaves, vi al gato que corría nuevamente a pesar de mi saludo amistoso, vi al dueño de la casa intentando golpearme y te vi a ti. A eso de las seis, también muerta del terror y del miedo abrazándome para no morir, y corrimos juntos, de un lado a otro esquivando al gato y a la chancleta, la nube de humo ya era lo de menos. Luego todo fue confuso, te me perdiste te vista y ya no te alcanzaba a ver, te esfumaste junto con la carrera, y quedamos nuevamente solos, yo buscándote, y tu extraviada buscándome a mi, se deshizo el abrazo.

Fue ahí, a eso de las seis donde vi al asesino desmembrarte integra y audaz, su peso cayó sobre tu cuerpo y tu vida, contigo descansó, te mató y se fue. A mi me perdonó la vida, pero la tuya me la arrebató; por eso hoy, a eso de las seis, cuando el día oscurezca cuando cumplas dos días de muerta iré a vengar tu vida, tu muerte y tu lucha, iré a hacerte respetar, que tu muerte no sea en vano, esa chancleta maldita va a sufrir igual que yo he sufrido con tu partida. No me importa que el dueño de la casa también sufra por la pérdida de su amada chancleta así como yo sufro por la pérdida de mi amada amiga.

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Bruno García. Tiene 19 años. Es tan calmado que estresa a cualquiera, y también es mejor escritor de lo que él cree. Escribe para encontrar algún sentido respecto a por qué escribe. Estudia psicología en la Universidad del Norte.

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